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La torre de Areilza en Ceberio (Bizkaia)

Dentro de la arquitectura medieval destaca un tipo constructivo que se ha venido a denominar “palacio rural renacentista”. Estos palacetes tienen su aparición entre 1500 y 1525 aproximadamente, y el motivo que los hace tan interesantes, es que su morfología está directamente inspirada en su antecesora, la torre militar: aspecto cúbico, material pétreo, saeteras defensivas, cierto grosor de muros, disposición de los vanos similar, tipología de estos parecida… Es decir, a pesar de que estos edificios fueron construidos con un fin agropecuario, su similitud con la vieja torre militar los hacía ser construcciones un tanto fortificadas, tímidamente preparadas para la defensa. Y no es para menos: aun en el primer cuarto del s. XVI las luchas de bandos todavía “coleaban”, obligando a los concejos a estipular normas para frenarlas. Por ejemplo, en 1499, el Concejo de Orduña (Bizkaia) tiene que prohibir, ante la pertinaz delincuencia señorial, que no se construya ninguna torre en su término, so pena de 10.000 maravedíes de multa y el derribo de la dicha torre, y durante la siguiente centuria no sólo se van a construir muchas torres totalmente militares, sino que también se reforzarán muchas de las murallas de nuestras villas.

Es normal, por tanto, que los constructores de estos palacetes los revistan de cierta capacidad —aunque mínima— defensiva. Por lo demás, estos edificios serán construidos en la mayoría de los casos por hidalgos rurales, es decir, campesinos adinerados, o bien por ramas secundarias de linajes importantes, como es el caso de la Torre de Areilza. Estos edificios son herederos de los antiguos torreones, y sus constructores o dueños sin duda se sentirían orgullosos de relacionarse indirectamente, a través de la morfología de sus casas, con el edificio que más supo representar la hidalguía vascongada medieval: la torre militar.

En los años 40.

Propietarios

La Torre se ubica en el barrio de su nombre (donde es conocida como “Torrekoa”), en el municipio de Ceberio, al sur de Bizkaia. Se sitúa en un alto (a unos 12 metros sobre el terreno que la circunda) controlando el camino que comunica la cercana Villa de Miravalles con la Villa de Villaro. En la Edad Media además, este era uno de los caminos que comunicaba la provincia con Burgos.

Según Lope García de Salazar, los Areilza eran originarios de Bermeo, aunque parece más probable que lo fueran del mismo Ceberio. Eso sí, una vez se trasladaron a la citada villa marinera se enriquecieron en sumo grado, alcanzando un notorio poder en la comarca.

Como dijimos más arriba, probablemente la torre fuera construida por algún miembro secundario del linaje (más apegado a la vida rural), allá por el primer cuarto del s. XVI. Y aunque hoy no lo parezca, en su tiempo debió ser el edificio más destacado del lugar, aportando no poco prestigio a sus constructores. A través de los siglos pasó por diferentes linajes, hasta que llegó, a principios del XX, a manos de don José Macario de Legorburu y Arechavala. Heredó la torre su sobrino, José Frutos Epalza (que era poseedor también de la cercana Torre de Santa Cruz), quien la vendió en 1941 a su entonces inquilino, don Antonio Ipiñazar Mendiguren (nacido en la misma torre, como su padre, también inquilino). En 1995 fue heredada por sus tres hijos, a uno de los cuales, José María Ipiñazar Recalde, debemos nuestro mas sincero agradecimiento por habernos permitido el acceso a la torre, y habernos proporcionado información muy útil.

Descripción

La torre se asienta sobre una zapata que es ligeramente más ancha que su alzado. En planta es bastante cuadrada, aunque por su baja altura resulta un tanto achatada. Sus fachadas laterales miden 12’49 metros y la principal y trasera 12’29 metros. Su altura es de 7 metros (Ybarra y Garmendia en su obra Torres de Vizcaya, suponen que está rebajada). Sobre la estructura pétrea se levantan dos metros de entramado de madera y ladrillo, lógicamente mas tardío, que es la zona del camarote. Sus muros miden de grosor en planta baja 90 centímetros; el grosor del primer piso es de 66 centímetros. Sus muros están hechos de piedra caliza medianamente escuadrada para las esquinas y los vanos, y mampostería poco trabajada en el resto, dispuesta muy irregularmente, sin apenas conformar hileras.

Vayamos ahora con la descripción de sus distintos elementos exteriores e interiores, teniendo en cuenta que la torre sufrió una serie de importantes reformas entre 1970 y 1975 (financiadas por los propios propietarios) que iremos citando. La planta baja, nos presenta en su fachada principal dos accesos apuntados. El de la izquierda, según se mira, es sin duda el original. El otro es bastante mas tardío. No sabemos cuándo se abrió, aunque a principios de la década de los ’40 del s. XX ya existía. Por aquel entonces toda esta fachada estaba tapada por un tejadillo: una especie de cobertizo para guardar aperos de labranza y aves de corral. Esta tejavana desapareció, por pura ruina, por el año 1965 aproximadamente. Se conservan dos canecillos laterales, lo que nos puede indicar que en su origen la torre estaba diseñada para incorporar un tejadillo como el que hemos citado. Sobre los dos accesos antedichos hay dos ventanas apuntadas, de antigüedad bastante dudosa. No obstante es probable que la más pequeña sea original (la ventana más grande se ve que rasga parte del acceso). En cualquier caso, hoy estos vanos dan luz al descansillo de las escaleras. A la derecha vemos una saetera defensiva. Huelga decir que todas las saeteras son de abocinamiento interior, y que cuando comenzaron las reformas de 1970, todas permanecían malamente tapiadas con piedras. Dada la escasa luz que permitían pasar, en la reforma se decidió taparlas todas, por lo que hoy ninguna es visible desde el interior.

Entramado bajocubierta.

La fachada izquierda (siempre según miramos a la principal) posee otro ingreso apuntado ligeramente laterizado. Debió tener al interior una bóveda en arco (probablemente rebajado) pues se aprecia parte de la “marca” de dicho arco, que debió desaparecer en las reformas de 1970, dándole su actual dintel recto. Sobre el ingreso vemos tres ventanas cuadradas: la del centro y la de la derecha ya existían con anterioridad, si bien modernamente se agrandaron de tamaño. En cuanto a la ventana de la izquierda, se construyó en las citadas reformas, sustituyendo a una ladronera de servicio, cuya “marca” en la piedra aun se aprecia. Un poco mas arriba vemos otra saetera, como dijimos cegada al interior.

La fachada trasera solo nos ofrece de interés otra saetera. Finalmente, en la fachada derecha solo hay vanos modernos, aunque se ve la mitad de una saetera junto a una de las ventanas del primer piso. Corona todas las fachadas una hilera de canecillos de madera toscamente tallados con motivos geométricos. Antiguamente el camarote estaba cerrado a base de tablones, que hacia 1970-71 se sustituyeron por el entramado de madera y ladrillo que vemos hoy.

En cuanto al interior, que también fue íntegramente reformado entre 1970-1975, diremos que la planta baja, (que hasta las predichas reformas era una gran cuadra para vacas y bueyes), de 221 metros cuadrados (como los que tiene el primer piso) alberga un gran antuzano o hall de entrada, un espacioso txoko o comedor, un pequeño cuarto de baño, un pequeño cuarto trastero y las escaleras de subida al primer piso, adosadas a la pared de la derecha. El armazón lígneo de esta planta se conforma a base de una estructura radial de columnas y un gran pilar central (todo de roble y parcialmente reaprovechado de otras construcciones) que sustentan una serie de vigas menores; sobre estas apoyan unos cabrios, y entre ellos se disponen bovedillas.

Planta baja.

En el primer piso vemos un pasillo distribuidor, dos dormitorios, dos cuartos de baño y una cocina antigua (como curiosidad, hemos de decir que esta fue la primera casa de todo el barrio en tener chimenea). En cuanto al camarote, es un enorme espacio despejado, en el que tenemos que destacar su curioso entramado de madera de roble, conformado a base de una complicada retícula de postes, vigas y solivas, bien machihembradas, bien clavadas con clavos de hierro de considerables proporciones. Estructura que ha sido admirada por varios arquitectos.

Por último, destacar que todos los muebles (armarios, camas, mesas, sillas...) son antiguos, así como una admirable colección de utensilios como saleros, cubre camas, paneras, una prensa para hacer sidra, balanzas... y un largo etcétera, que convierte a esta torre en un digo museo, que recrea la vida de sus habitantes a principios del s. XX.

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